Empecemos por dejar claro que esto no va de desear que te mueras, todo lo contrario, espero ayudarte a pensar en cómo salvarte.

M.ué.R.et.E es un extraño acrónimo para recordar las siglas de M.R.E. (Mecanismo de Resolución de Escasez) que espero que te ayude a reconocer ciertas situaciones, que serán frecuentes en un futuro cercano. Quizá te preguntes: ¿qué es el Mecanismo de Resolución de Escasez? Es la forma en que un sistema político-económico (por ejemplo, el sistema capitalista o el sistema socialista/comunista) ha resuelto, a lo largo de la historia, el problema de la escasez de recursos; cada uno a su manera. Yendo mucho al grano y cayendo en la imprecisión, necesito definir la economía como la ‘ciencia’ que se ocupa de la asignación de los recursos escasos, aquellos que solo se encuentran disponibles de forma limitada. Además, voy a pedir permiso a Darwin para trasladar su selección natural al concepto de selección económica, definiéndolo como aquel fenómeno social que selecciona a los individuos mejor preparados para prosperar y que determina cuáles son los comportamientos que permiten la mejor adaptación de los individuos, o su desaparición, en dichas sociedades. Vamos al tajo y empecemos por echar un vistazo al sistema capitalista.

El sistema capitalista se basa en la capacidad de los consumidores para asignar los recursos escasos mediante un mecanismo de mercado. La ley de la oferta y la demanda marcan el precio y la cantidad de los artículos que se intercambian en el mercado. Quien no tenga capacidad para consumir, bien por carecer de medios o de bienes para intercambiar, debe trabajar para vender su tiempo y esfuerzo por un salario que le permita adquirir los productos que necesita: ‘No Free Rides’ que decían en la escuela de Chicago y que traducido al castellano sería como decir que el dinero no crece en los árboles. No hay forma de escapar al mercado, de la misma forma que no somos capaces de generar productos con un chasquido de dedos y así resolver su escasez. Aquellos que sean incapaces de obtener recursos se verán abocados a la miseria o, en el peor de los casos, a la muerte (como bien nos recuerdan las cifras de migrantes que perecen en los mares intentando alcanzar una vida mejor en Europa). Los defensores de dicho sistema se basan en que la libertad genera riqueza y en que el mercado siempre encontrará la forma de producir más y mejor cuando es guiada por la mano invisible - de Adam Smith o laissez faire – que promueve el interés de la sociedad a través del interés individual. Algunos llamamos a esa mano invisible, deseo (los comunistas la llaman codicia o avaricia).

Por su parte, el sistema comunista se basa en que un ente superior y omnisciente decide quién consume qué y qué aporta cada uno siguiendo aquel lema de: “De cada cual, según su capacidad; a cada cual según sus necesidades”. No se dice nada sobre los bienes escasos en lo que parece un intento de ignorar el problema: pero ¿y cuando no hay bienes? ¿De dónde se sacan entonces? No es de extrañar que en la práctica su sistema no funcione demasiado bien, especialmente cuando la escasez alcanza a los bienes más básicos. ¿En qué me baso para decir eso? En cualquiera de las distintas hambrunas que se han producido en los sistemas comunistas y que han dado lugar a millones de muertes y que evidencian que el comunismo no es una utopía libre de escasez. El sistema M.ue.R.et.E fue extensamente practicado, entre el proletariado, por las economías socialistas/comunistas aunque la élite dominante, como en el caso capitalista, siempre ha comido caliente. La dictadura del proletariado era la de los dirigentes del partido. ¿Verdad que las cosas no han cambiado tanto desde el feudalismo, cuando un Rey (o CEO en su versión actual) decidía por millones de súbditos (votantes) el destino de todos? Vamos a dejar lo de los CEOs para otro día.

No quiero entrar en la argumentación sobre qué sistema crea más o menos desigualdad. Mientras los comunistas/socialistas expondrán, con razón, que la desigualdad en las sociedades capitalistas y la pobreza o muerte en los guetos es insoportable; los capitalistas y liberales podrán encima de la mesa, la falta de responsabilidad de muchos individuos y la pobreza generalizada en los sistemas comunistas - una vez que el ahorro de terceros ha sido repartido - y cómo los dirigentes de los partidos viven como reyes a costa de una sociedad que subsiste en la más absoluta miseria. Ambos tienen razón en sus críticas y ambos sistemas llegan a ser despiadados para sus súbditos. ¡Es lo que tiene la escasez! Sin embargo, ambos están también terriblemente equivocados cuando buscan la solución del problema en la confrontación y no en el compromiso.

Si tuviéramos que analizar cómo se llega al sumidero del algoritmo M.ué.R.et.E podríamos destacar dos caminos: la vía rápida y la vía lenta (o vía monetaria). En la versión rápida, los ajustes ocurren de forma intensa, pero breve. Si el sistema aguanta, se produce una purga y un rebote; en caso contrario, el sistema colapsa provocando guerras y revoluciones. Sin embargo, en la vía monetaria (o lenta) la dolencia, primero leve, se cronifica a medida que se recurre a la impresión de dinero (o creación de deuda) para paliar un problema momentáneo que inicialmente tiene solución. La primera vez que se usa el remedio, suele salir bien; es cuando se establece el ‘precedente’ o moral hazzard. El objetivo siempre es salvar a un pueblo ignorante al que no merece la pena agobiar por algo que se puede solucionar añadiendo unos ceros a la cifra de deuda. Lejos de resolver la raíz del problema, los síntomas se ocultan y se cruzan los dedos para no tener que volver a recurrir a la impresora de dinero (crisis.com del 2000). Más pronto que tarde, el proceso se repite, una y otra vez (rescate bancario 2010, rescate de gobiernos en 2021-?-) hasta entrar en un círculo vicioso de dependencia en la depreciación del dinero (un impuesto encubierto) que quiebra el principio de la libre asignación de recursos por el mercado. No es un sistema nuevo, no. Ya fue utilizado por varios emperadores en la antigua Roma (Caracalla, Trajano o Marco Aurelio que incluso inventaron su ‘solución’: promulgar un edicto para fijar un precio máximo a los productos básicos; edicto que también fracasó al no producirse más bienes con un chasquido de dedos. Desde entonces otras economías, capitalistas y socialistas, se han deslizado por el mismo sumidero, destacando: la república de Weimar, el rico Zimbabue, la increíblemente rica en recursos naturales Venezuela y, en su forma más larga y agónica, Argentina. El destino final suele coincidir con el de la vía rápida: guerra o revolución cuando la inflación encarece los bienes de primera necesidad para una gran parte de población.

La tercera vía.

Desde la caída del muro de Berlín, varios países han optado por elegir una tercera vía, frente al dilema entre capitalismo o comunismo. En teoría, esa tercera vía tiene dos variantes: el estado de bienestar (Europa) y el sistema comunista-capitalista (China), aunque ambas se basan en coger lo mejor de los dos sistemas y encontrar un compromiso entre competitividad y solidaridad. Digo en teoría, porque en la práctica se están quedando con lo peor de ambos sistemas. El capitalismo-comunista chino no consiste en otra cosa que en dar apariencia de capitalismo a un sistema que permite a las elites del partido controlar políticamente el mercado, e indirectamente a sus participantes. El estado de bienestar europeo se apoya en sus instituciones para dar impresión de igualdad de oportunidades y eficiencia, mientras la élite funcionarial controla el sistema desde Bruselas a través de la todopoderosa maquinaria monetaria del BCE.

China es el paradigma asiático, al que la jugada le ha salido perfecta. China viene de unos niveles de riqueza muy bajos y se ha podido beneficiar de su entrada en los mercados internacionales con una enorme capacidad de producción a unos precios sin competencia. Occidente ha abierto sus mercados, de par en par, a la mano de obra china. El control político ha continuado siendo férreo, pero la sociedad en su conjunto se ha visto beneficiada por un trasvase de riqueza desde Europa y EE.UU. hacia China, lo que ha ayudado a aplacar las críticas.

En Europa, para paliar nuestra debilidad competitiva, el BCE ha imprimido dinero y comprado deuda en los mercados secundarios para bajar los tipos de interés -precio del dinero- provocando que la remuneración al ahorro de las familias se viera artificialmente reducido. Es un trasvase de riqueza desde los bolsillos de los ahorradores a los balances de los bancos, empresas y estados. Esos ahorros se reintroducen, posteriormente, en los países en forma de ayudas. Ayudas que serán canalizadas a través de inyecciones de liquidez y préstamos soberanos hacia aquellas empresas y sectores que los altos funcionarios de las instituciones europeas y españolas decidan. En la extinta Unión Soviética, el ‘politbiuró’ era quien decidía quién, cuánto y a qué ‘precio’ producían. Ahora es el BCE, la Comisión Europea y el Gobierno de España quienes asumen dicha función, y de la misma manera que en la Unión Soviética, ellos saben, mejor que nadie, lo que necesitan sus ciudadanos.

La misma apertura de mercados que ha resultado ser un éxito en China, está matando a Europa. Nada en economía sigue reglas inmutables y los resultados pueden ser diametralmente opuestos porque, sencillamente, las condiciones de partida chinas son las opuestas a las europeas. Todo depende del punto de partida, de las decisiones de tu gobierno, de las expectativas generadas en la población y de la realidad a la que nos enfrentamos. No hay una fórmula mágica; solo existen promesas de políticos sin escrúpulos y votantes crédulos.

Preguntas

Llegados a este punto, yo me pregunto ¿en qué momento seremos capaces de admitir que no existe forma humana de garantizar el bienestar de una sociedad? Hasta que no admitamos que ningún sistema político-económico puede cumplir las expectativas que los políticos nos intentan vender, no seremos capaces de usar el sentido común para mejorar la situación.

¿Qué nos depara el futuro? Juguemos con el ejemplo de un país imaginario con tres familias: la familia Zapatero, y sus dos hijos, que se dedican a hacer zapatos; los Ramírez, con sus dos respectivos hijos, dedican sus esfuerzos a hacer ropa. Ambas familias, necesitan de los Torres y sus diez hijos para completar la mano de obra necesaria para llevar a cabo la producción en sus fábricas. De esta manera, nuestro país imaginario alcanzará a fabricar 18 pares de zapatos y 18 conjuntos de ropa, suficientes para que el país vista y calce en armonía. Un buen día, un hijo de los Zapatero idea una máquina capaz de hacer zapatos para ocho personas automáticamente sin necesidad de mano de obra externa. Copiando la idea, un hijo de los Ramírez es capaz de replicarla y crea una máquina que fabrica ropa para ocho personas sin necesidad de trabajadores externos. Ninguna de las dos familias necesita más a los Torres que se encuentran, de la noche a mañana, sin trabajo y sin ingresos. Ya no pueden comprar los zapatos a los Zapatero ni la ropa que necesitan de los Ramírez; carecen de los salarios para pagarlos. ¿Qué van a hacer los Torres a partir de ahora? Podrán maldecir a los Zapatero y a los Ramírez por sus inventos y su comportamiento, pero eso no cambiará la situación, así que deciden, que en las próximas elecciones, cuando ganen los Torres, promulgarán una ley por la que las máquinas deberán ser confiscadas por el estado y la producción será organizada por el partido más votado: el de los Torres, que para algo son mayoría (12 en total frente a 8). La rebelión de los Zapatero y los Ramírez no se hace esperar: antes de que los Torres sean proclamados como mandatarios desmontan sus máquinas y se van del país con ellas. La lucha de clase hace que los Torres no tengan oportunidad de sobrevivir mientras los Zapatero y los Ramírez se enfrentan a un futuro incierto. Todos pierden y algunos todo.

Si no te gusta este final, te ofrezco otro final alternativo, en el que los Torres expropian las máquinas a los Zapatero y Ramírez. Los Zapatero y los Ramírez no encuentran ningún aliciente en hacerlas funcionar si no son de su propiedad, y los Torres carecen de los conocimientos para arreglarlas cuando se estropean. La lucha termina con que ninguno tiene el producto de esas máquinas y todos pierden.

Hay una tercera alternativa, por si no te han gustado las otras dos. Las tres familias se ponen de acuerdo en que el Estado debe hacerse cargo de los gastos básicos de las familias más desfavorecidas mientras ellas se reinventan en otros trabajos. El estado cobra impuestos y emite deuda para sufragar los gastos mientras los Ramírez buscan otras ocupaciones. Las empresas Zapatero y Torres se unen a la orgía de deuda y la implosión del sistema solo se retrasa hasta que llega el ‘Momento Minsky’: momento en el que las empresas no pueden devolver la deuda, los estados recaudan cada vez menos y el banco estatal emisor de deuda debe ser rescatado por ciudadanos sin recursos (bien a través de quitas o bien por un proceso hiperinflacionista). Una falsa sensación de estabilidad temporal se había apoderado de la economía, pero el sistema se ha hundido en una crisis mucho mayor que en las otras alternativas, dado que la deuda complica cualquier solución. La deuda ha consumido los recursos del presente y del futuro. ¿Quién debe perder? Los malvados acreedores o los perezosos trabajadores incapaces de reinventarse. Mantengamos el sistema empezando cada día por pagar la deuda entre todos y luego los ciudadanos podrán trabajar para cubrir sus necesidades. ¿Cuál es tu alternativa preferida?

Quizá este país imaginario no se llame España, todavía. Quizá el lector haya leído las Uvas de la Ira y que les recordará a la primera alternativa. Quizá el lector piense en Cuba, Venezuela o Argentina, y reconozca la segunda alternativa. Quizá les cueste más encontrar un ejemplo de la tercera alternativa en la economía del Imperio Romano, pero la crisis de 2008 es un aperitivo de lo que se está cocinando. Lo que es seguro es que ningún país está libre de convertirse en nuestro país imaginario.

Mientras vas haciendo paralelismos, déjame preguntarte: ¿hay algún partido político que te haya explicado cómo van a cobrar impuestos a Jeff Bezos cuando Amazon haya arrasado con la distribución tradicional? ¿Algún político te habla de cómo van a parar la sangría de dinero que sale de nuestro país hacia los productores chinos mucho más competitivos que los nacionales? ¿Te preocupa de dónde va a salir el dinero para pagar las pensiones cuando el paro y los desempleados hayan reducido los ingresos tributarios y disparado el gasto al mismo tiempo que no queden empresas españolas que generen suficientes ingresos tributarios? Si las empresas españolas tienen que correr con gastos que otras empresas en otros países ni se plantean ¿cuánto tiempo tardaremos en que todo lo que tu compres venga de países con peores condiciones laborales y sueldos más bajos? O dicho a la inversa: ¿cuánto tardaremos en tener peores condiciones de trabajo que un trabajador chino (o ellos mejor que las nuestras si esperamos volver a ser competitivos)? ¿Crees que tendrás trabajo dentro de 5 años? ¿Crees que tus hijos tendrán trabajo con un sueldo que les permita vivir y pagar además tu pensión? Cuándo dejaremos de creer en los Reyes Magos y empezaremos a preguntarnos cosas sencillas como: ¿qué riqueza asegura realmente nuestra pensión? (independientemente de que todos los partidos políticos se pongan de acuerdo en el Pacto de Toledo para asegurarnos que la solvencia del sistema de pensiones está asegurada por el propio sistema). ¿Qué te asegura que el sistema no pueda quebrar? ¿Dónde crees que estaría España si Bezos, Gates, Page, Zuckerberg, etc… hubieran nacido aquí, creando sus empresas gracias a un entorno favorable en nuestro país, pagando sus impuestos y manteniendo su riqueza dentro de nuestras fronteras? ¿Puedes nombrar algún país en el que no existan empresarios y donde sus ciudadanos naden en la abundancia? Si lo puedes nombrar, prepara las maletas: !ya estás tardando en emigrar!

Cada decisión de compra entraña una decisión política y no olvides que es muy difícil exprimir la riqueza en el extranjero, como todo gobernante corrupto bien sabe. Plantear la solución en forma de que solo pueda quedar un ganador (trabajadores o empresarios) nos hará perder a todos. Si, además, el planteamiento es violento, entonces todos perderemos todo. La fijación de algunos en convertir a empresarios o trabajadores en el ‘enemigo a destruir’ nos asegura la miseria. La creación de riqueza se basa en la competitividad, la capacidad de prever el futuro a la hora de invertir, en unas condiciones jurídicas estables y en un reparto ‘equitativo’ entre las partes. En un mundo donde el cambio tecnológico está continuamente eliminando más trabajos de los que se crean, ¿quién se atreve a arriesgar su ahorro? Por si fuera poco, el tiempo corre en contra de los países con altos niveles de deudas y de las poblaciones envejecidas que no pueden poner al día sus habilidades, como España.

¿Y entonces qué solución hay? Pues siento decirte que no hay una buena solución, de esas que te agrada escuchar porque no supone ningún esfuerzo ni renuncia a parte de lo que ya consideras un derecho adquirido. Las soluciones son duras y exigirán grandes renuncias por parte de todos. Sin embargo, antes de hablar de soluciones tendríamos que asegurarnos de que todos tenemos claro que esconder la cabeza, escurrir el bulto o no hablar del problema sólo puede empeorar las cosas, más aún cuando todo empiece a desmoronarse. Tendríamos que ser capaces de decir a nuestros políticos que sus mentiras y sus promesas ya no funcionan; de cuestionarnos la situación, de buscar información, de formarnos para entender los problemas en profundidad, de hablar abiertamente sobre nuestros problemas y de compartir las ideas entre todos, con un ánimo constructivo. ¿Verdad que parece que hablo de Japón? Los españoles carecemos, a día de hoy, de la predisposición necesaria para afrontar el problema. La predisposición para decidir una solución entre todos y con amplias mayorías, como lo hicieron nuestros padres hace 40 años cuando se pusieron de acuerdo todas las fuerzas políticas para redactar una nueva Constitución Española. Las soluciones parciales, de izquierdas o derechas, no van a funcionar. Las falsas soluciones de consenso, tampoco. Necesitamos mecanismos de participación directa de los ciudadanos, mecanismos de democracia directa que resten poder a los intermediarios políticos y den voz real a los ciudadanos. Los nuevos partidos han resultado ser igual que los viejos: estructuras de poder organizadas para beneficio de quienes ayudaron a financiarlas y de los líderes que las crearon. Son viejos partidos vestidos con una nueva ropa, nada más que un nuevo color; otra oportunidad perdida. Quizá empecemos a descubrir todo esto en 2021. Entonces, ¿para qué vamos hablar de soluciones cuando las premisas para encontrarlas son imposibles? Casi mejor, apretemos los dientes y relajemos el esfínter.

Por si no tuviéramos suficiente, a nivel supranacional, Naciones Unidas no tiene un mecanismo para poner orden en países donde sus ciudadanos se ven forzados a emigrar trasladando esa miseria fuera de sus fronteras. Si Naciones Unidas carece de esas herramientas, quizá debería ser reformada o eliminada, para evitar crear la sensación de que sirve para algo. Una solución razonable sería que los malos dirigentes fueran expulsados del poder por su mala gestión, por consenso democrático o internacional, pero en Naciones Unidas la confrontación es idéntica a la situación política española: las partes que deciden sacan tajada del problema. Es una solución compleja, pero la alternativa es conformarnos con seguir aplicando el sistema M.ue.R.et.E.

Supongo que otra solución, muy poco explorada, es ayudar de forma voluntaria, a reducir el número de bocas para favorecer el resultado de la división. ¿Qué división? Pues no puede ser otra que la de reparto de recursos entre personas, a la que muchos llaman justicia social distributiva o dignidad. Cuanto menor sea el denominador de bocas a alimentar (cuyo crecimiento es potencialmente infinito), más probabilidades hay de que el numerador (recursos limitados) sean suficientes para que aquellos que carecen de medios puedan consumir (el mínimo vital). Ningún sistema te asegurará que el numerador de recursos disponibles vaya a satisfacer siempre las necesidades del denominador de personas, pero reducir el denominador seguro que no hace aumentar el problema.

En resumen, vayamos a donde vayamos, la mayoría va engañada. Hemos cambiado el proverbial: “Dios proveerá”, por el actual “el Estado proveerá”; aunque ambos son mentira. Hemos elegido la vía lenta, aunque igual de segura.

Por naturaleza, el ser humano es egoísta y generoso, al mismo tiempo. El altruismo existe, como explica Adela Cortina en su charla sobre aporofobia, pero pocas veces es suficiente para cubrir todas las necesidades y M.ue.R.et.E seguirá reinando en 2021.

¡Feliz año!

PD: Artículo de Jeremy Grantham: Esperando el último baile